«Caminito, que el tiempo ha borrado, que juntos un día nos viste pasar…»
Aunque los tristes e imperecederos versos de Gabino Coria Peñaloza evocan un sendero rural de la localidad de Olta (La Rioja), testigo de un romance intenso y frustrado, cuando Juan de Dios Filiberto le puso música se inspiró en un pequeño pasaje del barrio de La Boca que diariamente transitaba para ir y venir del astillero donde trabajaba y que algunos años después se convertiría en un museo a cielo abierto al que, hasta el día de hoy, acuden turistas de todas las latitudes buscando la cuna de ese género musical nacido en los arrabales que conquistó al mundo entero. Lo que muchos de esos turistas (y algunos residentes) desconocen es el origen ferroviario de ese pasaje, nacido como ramal de cargas de una de las primeras empresas ferroviarias de nuestro país.
La historia comienza el 18 de septiembre de 1865 cuando, tras varios años de idas y vueltas administrativas, prórrogas y transferencias, el ferrocarril Boca, Barracas y Ensenada inaugura su línea principal entre las estaciones Venezuela y Tres esquinas (en la intersección de Osvaldo Cruz y Vieytes) con tres estaciones intermedias: Casa Amarilla, General Brown y Barraca de Peña. Para el mantenimiento y reparación de material rodante la compañía erigió un conjunto de instalaciones en un predio contiguo a la estación General Brown, el cual contaba con un depósito y taller de locomotoras además de un amplio galpón y carpintería para reparación de coches y vagones. Detrás de este último comenzaba el andén de tierra de la estación cuyo edificio se recostaba sobre la calle Olavarría.
En 1866 los trabajos sobre la línea para alcanzar Ensenada fueron interrumpidos por dos hechos cruciales de nuestra historia: la guerra con el Paraguay y la epidemia de fiebre amarilla, que llegó a cobrarse 600 víctimas por día en la ciudad. A pesar de ello, hacia fines de 1865 circulaban ya entre Venezuela y el Puente Barracas 14 trenes diarios en cada dirección. Ese mismo año se inaugura también un desvío que comenzando en el extremo sur de la estación antes mencionada describía una pronunciada curva para alcanzar los muelles del Riachuelo donde se ubicó la estación «Boca», un edificio de modestas dimensiones que pronto debió ser reemplazado por orden del Gobierno Nacional.
En 1872 es inaugurada la estación Central en el Paseo de Julio, que se constituyó en cabecera de la línea hasta 1897 cuando un incendio de proporciones la redujo a cenizas con el lamentable saldo de dos bomberos y un marinero fallecidos, además de una veintena de heridos y asfixiados. La Municipalidad prohibió de inmediato toda partida de trenes desde los destruidos andenes por lo que después de 26 años Venezuela volvió a convertirse en cabecera de la línea, aunque sus exiguas comodidades obligaron a construir una nueva estación terminal en Casa Amarilla.
Dos años después culminaría la historia del Ensenada como empresa independiente al ser comprado por el Ferrocarril del Sud, que construyó en Barracas un enlace para conectar la línea a Ensenada con su cabecera en Plaza Constitución (tema que tratamos en una nota anterior). A pesar de ello, la terminal Casa Amarilla siguió funcionando como cabecera algunos más hasta que en 1903 la compañía ferroviaria decide modificar el esquema unificando el servicio de pasajeros en Constitución. Desde entonces la línea original del FCBAE hasta Barracas quedó relegada a la carga, y las instalaciones de General Brown dieron lugar a otras más reducidas para el alistamiento de las locomotoras que operaban en la maniobra en la nueva Casa Amarilla, devenida en playa de clasificación. El ramal a la boca, por su parte, sería levantado al promediar los años ’50 dando origen al popular pasaje «Caminito» por iniciativa del reconocido vecino y artista plástico Benito Quinquela Martin.
La cabina de dos plantas que gobernaba el empalme, cuya construcción en chapa y madera recordaba a la estación Central, tendría el mismo destino que aquella tras permanecer en servicio por más de un siglo desapareciendo por acción de las llamas a mediados de la década de 1990. Pese a su sino destructivo en esta historia, el fuego sería determinante en cambio para preservar el edificio de madera de la estación. Ocurre que a principios del siglo XX las llamas terminaron también con el edificio de la estación Barraca Peña, obligando a las autoridades a construir uno nuevo que pocos años después (1878) sería trasladado a General Mitre (luego Sarandí) en Avellaneda, desplazando entonces a Barraca Peña el que había pertenecido a General Brown. Allí se mantiene aún, a metros del Riachuelo, desafiando el paso del tiempo como mudo testimonio de un pasado que se resiste a desaparecer.